UNO, DOS, TRES, CUATRO, CINCO, SEIS, SIETE…

viernes, 9 de marzo de 2012

CUENTO CORTO: "CON EL SUDOR DE TU FRENTE" DEL BLOGGER ALFREDO GUERRÓN.

A Felipe, era fácil encontrarlo, con su cara de circunstancias, sentado -casi con un horario fijo, mañana y noche- a la derecha del mostrador en la tienda de Don Alberto.
Vivía en la calle Ugarte en la ciudad de Sullana, una hermosa localidad del norte del Perú, apenas a una cuadra de aquella tienda. Era amigo de los hijos de Don Alberto, Wilmer y Miguel. Ellos lo habían recibido hace por lo menos 6 años como un habitúe que luego se transformó en parte del ornato de la fonda. Se diría que Felipe era una estatua que había cobrado vida. Los hijos de don Alberto aceptaron su presencia como la cuota de solidaridad con el prójimo que todos debemos pagar cada día. Felipe se sentaba a las 10 de la mañana y servía para conversar, para ayudar a que pasen las horas y para hacerles bromas a otros pasajeros de la tienda. Luego, a la una de la tarde se iba a almorzar, y tomaba la siesta de rigor. Yo debo tener sangre española decía, porque uno de los mejores inventos del mundo es la siesta. Te ayuda a reponer fuerzas del trajín de pensar, de vivir. En la noche regresaba a su puesto de centinela en el mostrador. Parecía un supervisor y los dueños lo aceptaban así.
Felipe había sido víctima de una broma bastante pesada por parte de Miguel, cuando recién comenzó a llegar a la tienda de Don Alberto. Miguel era un buen muchacho pero criollazo y pícaro. Un día Miguel estaba como burro en primavera después de ver a unas chiquillas en hot pants que - descaradamente le habían coqueteado y se habían dejado manosear para ganar algún regalo de su parte - habían ido a comprar chocolates y el falo le incomodaba, así que se lo acomodó para el costado izquierdo y se acordó que tenía el bolsillo agujereado en ese lado de su pantalón blue jean. Se acomodó el falo pétreo dentro de su bolsillo y hacia arriba, aprovechando el agujero. Y se le ocurrió una broma bastante cruel, para ello se mojó las manos con kerosene, artículo que él también vendía. Luego llegaron dos amigos de Manuel que ya sabían de la broma y esperaron a que venga algún incauto pero conocido. Y para su mala suerte se apareció Felipe. Miguel le dijo, Felipito, házme un favor, sácame de mi bolsillo izquierdo las llaves de la vitrina porque estoy con las manos con kerosene. Y Felipe obedeció. Introdujo su mano y agarró un ser viviente y lo soltó enseguida ante la risotada de los presentes. Y le dijo Miguel, no te juegues así, préstame el baño para lavarme.
Felipe no tenía oficio conocido, ni beneficio decían las señoras chismosas, que como todos sabemos son las notarios en los pueblos chicos. Las personas comenzaban a murmurar y le preguntaban a Felipe su horario de trabajo por incomodarlo pero con él no era. Sus amigos le aconsejaban, Felipe ya debes trabajar, tienes 28 años y debe ser incómodo pedir incluso la comida en tu propia casa si es que no trabajas. Felipe les decía, disculpen pero yo a ustedes no les pido nada porque se erizan. Por supuesto el primero de mayo lo veían y lo felicitaban, con un, Felipito déjame darte un abrazo sobretodo a ti, he venido de lejos solo para rendirte homenaje por el sudor que riegas y que sirve para fertilizar nuestros campos. Se escuchaban los discursos más creativos y propicios para la risa y para pasarla bien. Era la oportunidad para la chacota, la chanza. Y él, impertérrito, sonreía como burlándose de todos. Cuando habían huelgas le decían, Felipe, se han olvidado de asesorarse contigo, tú que eres el experto en esos menesteres por tu declarada huelga indefinida. Pero Felipe ni se inmutaba, hacía de cuenta que hablaban de otro.
Un día llegó a la tienda el rumor de que en la carretera a Querecotillo por la curva del cerro La Nariz del diablo, y a las tres de la madrugada, se había aparecido un fantasma de mujer a una pareja de enamorados. Los había asustado tremendamente pero después les había indicado un lugar para una excavación. Y al hacerla habían hallado unas joyas de oro que los sacó de pobres.
Ese día en la tienda a nadie le interesó el rumor excepto a Felipe. Lo escuchó atentamente y puso en práctica un plan. Consiguió dinero para contratar a un taxista y un miércoles a las 2 de la mañana decidió ir en busca de fortuna. Paró a un taxista y lo contrató para ir a ese sitio. El taxista lo vió con cara de gay, porque siempre llevaba parejas a ese lugar solitario y no a un hombre, y para aclarar el tema le dijo amigo, yo respeto las preferencias personales pero esa nota de arrumacos entre hombres no va conmigo. Felipe se sorprendió de la suspicacia y luego se río. A continuación le dijo al taxista, no, no pasa nada, solo quiero el servicio de taxi. Así que acordaron el precio por una carrera ida y vuelta, que no era poco porque el sitio quedaba a 15 kilómetros de Sullana y la hora era especial. Iniciaron el recorrido y después de unos minutos llegaron a la curva. El cerro La Nariz del Diablo no era tan alto pero al recordar su nombre se persignaron y lo vieron imponente. Felipe le dijo al taxista, espérame unos 15 minutos y luego me llevas de regreso. Se armó de valor porque era conciente de que él valía muy poco, y se adentró hacia la oscuridad. Sacó un rosario de su bolsillo y lo cogió con las dos manos. El viento ululaba glacial, la noche era lo suficientemente oscura como para amedrentar a los más valientes y Felipe no era propietario de esa virtud, así que sentía escalofríos por cada paso que daba. Y de pronto algo se movió entre unos arbustos y salió despedido. Se movieron las ramas y liberaron a una pareja de buhos que habían sido distraidos en su romance melánico. Alzaron vuelo y se perdieron. Felipe resopló y agarró fuertemente el rosario. Avanzó con más cautela, y en la oscuridad se imaginaba formas pero no había contacto. Continuó, tropezó con algo y cayó al suelo. Tocó a tientas y reconoció el esqueleto de algún animal o de un humano. No tuvo tiempo ni la valentía para disipar la duda. Sudaba frío y estaba a punto de rendirse. Se incorporó y caminó unos pasos y de pronto en el horizonte cercano que marcaba una hondonada vió un resplandor y vió elevarse una especie de sotana blanca que se paró frente a él como a unos diez metros. En la oscuridad de la capucha que dominaba la sotana le pareció ver a una mujer muy triste. Y de pronto escuchó: Feliiiiipeeeeee, a quéééé has veniiiiiido. Felipe antes de desmayarse tomó aliento y le dijo, Animita, anini mimita, quiero plata, dinero. Y el espectro, como son los de su especie, que todo lo saben, le dijo, Trabaaaaja Feliiiiipeeee.

CUENTO CORTO:"PAN Y CARTA" DEL BLOGGER ALFREDO GUERRÓN.

Varias veces deben haberme visto. Yo soy el chofer del taxi tico amarillo que se estaciona cerca de ese promontorio a la vera del camino en los linderos de la urbanización.
Acostumbro estacionarme allí después de almorzar para descansar algunos minutos. La primera vez que la ví quedé deslumbrado, su sonrisa, su desenfado, la manera tan educada de desdeñar al mundo, sus curvas impresionantes (¡y yo sí conozco de curvas¡). Su mirada sin horario, su pelo bronco, espiralado, con el color de la cebada madura. Me bastó con mirarla y ella ni cuenta se dio. No me interesaba, mi equipaje estaba completo con ese momento de ensoñación.
Pasaron varios días y no pude quitármela de la cabeza, la recordaba, su mirada me buscaba. Antes de siete días volví al lugar y me detuve, salí del auto y allí estaba. No creo que me estuviera esperando, debía tener muchos admiradores y a mí ni me conocía. Yo no sabía su nombre y no era necesario. Por ahora era importante ser anónimos. Exacerbaba mis sentimientos.
Cuando me dí cuenta, regresé antes de los tres días. Los plazos se acortaban y me parecía, sino extraño, por lo menos preocupante. Me comenzaba a hacer falta. Allí estaba ella, desafiando a la luz, su cuerpo ondulaba como un suave sismo, y su piel empezaba a cobrar el mejor tono cobrizo. La ví, procuré que no se diera cuenta de mi asedio, me hice el que miraba a otro lado, pero como deseaba voltear y no me importaba que ella se enterara que yo era uno de sus más rendidos admiradores sino el totalmente rendido. Continué trabajando porque no se puede vivir del amor. Seguí yendo a mi casa, abrazaba a mis hijitas, le hacía el amor a mi esposa pero ya no era lo mismo. Ese placer estaba en otro lado. Yo estaba enamorado de ella.
Para todos, uno sí se puede enamorar varias veces. A mí me estaba pasando y como a la mayoría, ya no me interesaba mi hogar. Estaba dispuesto a perder todo para ganarla a ella. Seguí mi rutina y ahora me sentía con nuevos bríos. Ahora tenía una razón muy bella para vivir y comprendía a los lacerados por Cupido.
Ella era todo para mí, me despertaba y quería ir a verla. Por supuesto no era posible, había que ganarse el pan duro de cada día.
El día anterior no sospeché nada. Fui a verla, estaba imponente, en ese momento ella podía hacer lo que quisiera con cualquiera. Ella tenía ese poder omnímodo. Se lo había ganado por aclamación. Sus ojos no me advirtieron de nada. A pesar del futuro que no adiviné, deleité mi avanzada miopía con sus rasgos faciales y su perfil sin defectos. Me puse con el viento a mi favor y estoy seguro que hasta la olí. Quise tenerla entre mis brazos.
Al día siguiente acudí al lugar porque ya no podía vivir sin ella. Nos despedimos sin explicaciones, sin líneas sin cartas. Alguien había quitado el letrero.

CUENTO CORTO:"NOS HUBIÉRAMOS CASADO TANTO" DEL BLOGGER ALFREDO GUERRÓN.

Mi familia y yo éramos felices. Teníamos una vida muy simple. Mi esposa se dedicaba al cuidado del hogar y mis dos hijas iban al colegio a la primaria elemental. Las veía crecer y su alegría contagiaba a todos los rincones de la casa. Mi rutina era, de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa. Yo siempre he sido huraño para las reuniones, me considero un gregario familiar reducido a la mínima expresión. En nuestra vida no pasaba nada extraordinario excepto que la sagrada familia se iba entronizando en nuestras cuatro paredes debido a los pocos errores que cometíamos y que nos esforzábamos por subsanar.
Me casé muy enamorado y cuando nacieron mis hijas, yo que soy un abstemio inveterado, celebré con unas peas vikingas. Ser padre era lo máximo.
Cuando mirábamos hacia atrás recordábamos solo felicidad. El presente efímero era feliz y fugaz. Y el futuro lo avizorábamos también con una pantalla virtual de felicidad. Estábamos acorralados, no teníamos escapatoria. Seríamos felices.
Cierto día, caminaba por el mercado central de Lima, al mediodía, a la hora de mi refrigerio. Y ocurrió que alguien tocó mi hombro y me dijo, hola Alberto, qué gusto de verte. Era María, una antigua amiga (en realidad era una ex­-enamorada) y me sorprendió. Hacía 15 años que no la veía y la reconocí. Había subido de peso y se mantenía bastante guapa. Hola María, también para mí, es un gusto verte. No sabía que estabas en Lima, le dije para ser cortés, pero en realidad nunca me interesó ese dato. Ella me dijo, yo si me enteré que tú vivías en Lima, que te casaste. Y que… ¿eres feliz? La pregunta me sorprendió, no tuve tiempo de inquirir porqué la pregunta y le contesté, convencido, por supuesto. María me dijo, me casé, tengo dos hijos de 7 y 9 años, y me va más o menos, dijo resignada. Yo estaba apurado, tenía que ir a hacer una gestión de mi trabajo y aceleré la despedida. María, le dije, que te vaya bien siempre. Ella se acercó, me dio un beso en la mejilla y me dijo algo ruborizada, casi como un reproche, Alberto, nos hubiéramos casado. ¿No?
Y nos separamos otra vez para nunca.
Continué viviendo mis horas felices y en la noche recordé este encuentro y pensé, nos hubiéramos casado, hubiéramos tenido dos hijos, esa otra vida juntos hubiera ocurrido.
Nuestros hijos estudian en un colegio marista, tenemos unos vecinos muy amigables y los domingos acostumbramos visitar a sus familiares, sus hermanas, o alguna prima de ella. Nuestra agenda social es bastante recargada. Hemos empezado a teñirnos el pelo porque a los años se les ha ocurrido, nunca tan inoportunamente, decolorarnos el cabello. Mi trabajo es agitado, estresante. Soy un médico anestesista y mis colegas cirujanos me confían el anochecer y el amanecer de sus pacientes. Mi esposa administra un negocio nuestro, un restaurante y nos va bien. El tiempo se pasa volando. Siempre hay personas que me comentan, doctor que increíble, ya estamos en julio ¿no? y ni nos hemos dado perfecta cuenta. Luego prosiguen con su cuenta mensual, agosto, setiembre, octubre y ya casi se acaba el año. Finalizan con su frase, este año se ha ido volando. Yo les digo, como para ironizar, sí pues el tiempo se pasa volando, el año pasado a estas alturas todavía estábamos en marzo.
Mis hijos se casaron, nos han dado 4 nietos. Me he jubilado con poco júbilo y un consultorio de experiencia con todo lo que recuerdo de la medicina son mis cuarteles de invierno. Mi esposa ha envejecido, lo guapa no se le ha ido. Un lunes he ido al barrio chino del centro de Lima y mientras compro un minpao y un vaso de chicha de maíz morado, escucho a una pareja que conversa. Están festejando, se sonríen. Escucho que se cuentan que se casaron cada uno a su manera, que son endemoniadamente felices cada uno también a su manera. Él la ha invitado a comer al lugar en donde estoy degustando comida china. Y cuando se despiden, escucho lo imposible. Recién caigo en cuenta que me estoy olvidando de olvidar. Ella le dice, casi como un reproche, Alberto, nos hubiéramos casado. ¿No?

LOS REEMPLAZOS CRÍTICOS EN SULLANA EN 1975.


Nuestra promoción escolar tuvo la peculiaridad de vivir un clima belicista en el país, un Gobierno Militar, fricciones con los países fronterizos y adquisiciones de armamento ruso para tener poder de disuasión. En anteriores años se había abolido el curso escolar de Premilitar y se había instaurado el curso de "Reemplazos Críticos", un servicio militar no acuartelado. Se llevaba opcionalmente en quinto de secundaria pero te exoneraba del llamado a filas para el Servicio Militar normal y te permitía sacar la libreta militar automáticamente.
Pues les diré que yo pude haberme exonerado, yo soy asmático y fácilmente un certificado médico me hubiera exceptuado. Pero lo tomé como un reto personal. Un "yo sí puedo".
Este curso lo llevábamos todos los sábados del año. Debíamos estar en el cuartel a las 5 de la mañana en punto, es decir salir de casa a las 4 y 15. En primer lugar aprendimos disciplina, puntualidad.
Nos enseñaron teoría, adiestramiento físico ( que le llamaban "orden cerrado"). La orden del oficial se repetía una y mil veces hasta que todo el grupo funcionara como una unidad. Así nos enseñaron respeto y nos enseñaron la importancia de trabajar en equipo.
Había oficiales de sacarse el sombrero, el teniente Rodríguez, por ejemplo y un mayor del que he olvidado el nombre. Con ellos conversábamos de otros temas y se les notaba versados. No eran unos simples cachacos.
El recuerdo inolvidable se lo lleva un suboficial de apellido Olarte, para nosotros tristemente célebre. Una vez teníamos clase con él y nos dijo. A ver, ustedes, los estudiantes de quinto de secundaria, los sabios, la flor y nata de la intelectualidad de Sullana; Qué es un Soldado?. Yo comencé a pensar en mi respuesta como todos. Olarte, entonces, le preguntó a un alumno del Salaverry (una Gran Unidad Escolar muy famosa en Sullana que lleva el nombre de nuestro más insigne poeta). Y el alumno le dijo, algo así, Soldado viene de la voz griega Soldare que significa unión homogénea, por lo tanto soldado es el individuo en el que se acrisolan las virtudes como un todo (una respuesta magistral). Olarte dijo (para nuestra desilusión) no, mucho palabreo, mucho palabreo. A ver otro y alguien le contestó, Soldado es la persona que defiende un ideal. No, dijo Olarte, aquí hay demasiados poetas. Entonces sin la más mínima vergüenza Olarte dijo: escuchen y grábenselo, Soldado es la persona que viste un uniforme. Nos miramos quisimos reírnos, o tal vez llorar, algunos tuvieron escaramuzas de arcadas eméticas, y en ese instante nuestras almas le pedimos encarecidamente a Dios que por misericordia lo recoja. Y quedó grabada su respuesta como la más estúpida que habíamos escuchado en mucho tiempo. El nivel de Olarte debía buscarse como quien explora un pozo petrolero, bien al fondo del subsuelo. Pobre Olarte.
En el curso de marras nos enseñaron a manejar armas. Yo fuí adiestrado en lanzacohetes instalaza RPG (una especie de bazuca ligera) arma capaz de perforar acero, derribar una pared. Disparaba granadas perforantes.
A todos nos enseñaron en una Marcha de Campaña a disparar ametralladora M50 antiaérea. Caminamos de ida 25 kilómetros en dirección a la represa de Poechos.Instalamos nuestro campamento con carpas. Nos llevaron a la cima de un pequeño cerro en el que estaba instalado un "nido" de ametralladoras, y como a 2 a 3 kilómetros habían otros cerros donde se habían dibujado aviones y tanques y debíamos atinarles. Las ametralladoras hacían una bulla infernal, se les servía con una faja de balas muy grandes, que salían disparadas a una velocidad de 30 balas por segundo. Y cada cierto período salía una bala trazadora al rojo vivo que aún de día se podía ver y te indicaba la exactitud del disparo.
También hicimos un simulacro de ataque de infantería, con soldados a pie, gritando desaforadamente y con bayoneta calada para el combate cuerpo a cuerpo. El oficial derribó un árbol viejo con un tronco de 60 centímetros de diámetro a punta de balazos con la M50, para demostrarnos la potencia del arma.
Aprendimos que la logística es vital cuando las tropas marchan. Mientras nos desplazábamos, nos seguían camiones con agua y comida. Nos servían de desayuno salchichas de ballena, y de almuerzo y cena unos buenos trozos de carne de ballena con frijoles enlatados, en charolas de aluminio y luego las "lavábamos" con la arena blanca del cauce de una quebrada (había que ahorrar agua. El ahorro fue otra enseñanza).
De noche hacíamos guardia (otra enseñanza, la responsabilidad) y el Oficial pasaba revista a los que estábamos de guardia con el santo y seña, una especie de passvoice. Todas estas acciones las tomábamos con la mayor seriedad. Y el regreso fue una prueba de fuego, caminando otros 25 kilómetros con un morral a la espalda con casi 25 kilos encima, con los pies ampollados por los borceguíes que no eran cómodos pero que defendían a nuestros pies de las espinas y de los bichos. Bajo el sol abrasador y con el oficial como ejemplo caminando con nosotros. De vez en cuando aparecía el comandante y preguntaba si estábamos cansados y debíamos responderle (por supuesto, era una cuestión de honor) que no. El nos tentaba y decía si alguien está cansado, no se haga problemas, arrodíllese, pida perdón y lo subo al jeep. Nadie lo hizo, pero para desgracia de nuestro colegio, justo un hijo de un alto oficial, compañero que estudiaba con nosotros, se rindió y lo vimos pasar en el jeep. Una afrenta, a los del "Santa Rosa" (mi colegio) se nos caía la cara por la humillación, mentábamos la madre, como era posible que a nuestro colegio de curas lo desprestigiara así nuestro compañero, luego de haber demostrado a los estudiantes de todos los colegios nacionales (que eran la mayoría en los Reemplazos Críticos) que teníamos una gran moral. Al final entramos a Sullana triunfantes, con barba rala, sudorosos, cansados pero satisfechos y todavía tuvimos estado físico para trotar y ensayar cánticos castrenses.
Era la época en que casi todos los alfereces del ejército llegaban a Sullana y se casaban con las chicas más guapas. Los oficiales del ejército eran en Sullana la nueva aristocracia. Averigüen, en los 70 y 80 la mayoría de chicas se casaron con oficiales. Esto lo sufrimos todos los muchachos de 15 años de ese entonces porque nuestra única oportunidad de conseguir enamorada era con chicas de 12 0 13 años. Las de 14 para arriba ya eran persuadidas por las mamás muy sutilmente para que se casen con un milico. Hoy día las madres tienen otra mentalidad pero en esos tiempos, a la mayoría de madres de Sullana no les interesaba que sus hijas estudiaran una carrera universitaria, no, lo urgente era que se casaran con un oficial, porque así su hija tendría el futuro asegurado, el marido ganaba bien y quien sabe, su yerno podía llegar a ser Presidente de la República y su hija, nada menos, que la Primera Dama de la Nación.

domingo, 17 de enero de 2010

CUENTO: Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE...AMÉN. (Autor:Alfredo G.O.)

Lo que sucedió un viernes cualquiera en el puerto de Supe-Perú a las 2 y 30 de la tarde es el summum de la fatalidad. Debo decirles que ésta es una ciudad apacible hasta el aburrimiento. Por el centro antiguo de este puerto a veces no pasan carros durante horas enteras. Se diría que es un pueblito hecho para transeúntes.
Una hora antes un camión terminó de cargar sacos de azúcar en Paramonga e inició su ruta hacia Lima (Dios, ¿y si se hubiera demorado más la carga?). Yo conocí ese viernes cualquiera a una doctora, jefa de la posta médica de Puerto Supe porque tuve que pedirle el favor de que me vise unos certificados de salud para unos familiares. Fui a buscarla, a la posta donde ella trabajaba, desde Paramonga, ciudad en la que yo vivía en ese entonces. En el trayecto debo haber pasado al camión y por supuesto ni siquiera nos percatamos de su existencia en la carretera, excepto el chofer del auto que nos trasladaba que vió al camión muy largo y para pasarlo debió calcular bien por la tremenda lentitud con que se desplazaba el mastodonte y por la longitud del vehículo y su carreta de remolque. Tal vez lo sobrepasamos en la carretera panamericana a la altura del ingreso norte de Barranca. (Dios, ¿y si el camión se hubiera quedado en Barranca un momento, tal vez por combustible o por mantenimiento?) . En la posta de Supe me dijeron que la doctora estaba de descanso de guardia y entonces fui a su casa porque me urgían los documentos y quería saber si podía ayudarme. Allí conocí a sus dos hijos varones, unos gringuitos de 8 y 11 años, ambos estaban en bicicletas. Me recibió la doctora y aceptó ayudarme. Luego me dijo que regresara el lunes para recoger los documentos. Agradecí el gesto y me regresé a Paramonga. Volvimos a cruzarnos con el camión que se desplazaba por la salida sur de Barranca y nuevamente solo el chofer, del auto en que íbamos de retorno, se percató de su existencia.
Era la 1 y 30 de la tarde y su hijo mayor estaba jugando futbito en una canchita del puerto con unos amigos. A esa hora su hijo menor le pidió permiso a la doctora para ir a montar bicicleta con su amiguito, un hijo del administrador del Banco de Crédito. La doctora le dijo, tienes permiso, (Dios ¿y si no le hubiera dado permiso?) pero ten cuidado y de paso le avisas a tu hermano que está jugando y se vienen juntos a almorzar.
Treinta minutos antes, el camión con su carreta remolque cargado de sacos de azúcar iba pasando por la curva de Puerto Supe rumbo a Lima y unos policías le pidieron documentación al conductor, (Dios, ¿y si no hubieran estado los policías?).Después se supo que el chofer denunció que los policías le exigieron una coima (dinero como chantaje) y al no aceptar lo obligaron a ingresar el camión tráiler a Puerto Supe como represalia.
El camión empezó su ingreso lentísimo a las calles angostas y el chofer hacía maniobras especiales para circular dentro de un pueblo chico como Puerto Supe. Al llegar a una encrucijada, (habían dos pistas para ingresar, la de arriba y la de abajo), el chofer decidió ir por la pista de abajo que justamente tenía calles mucho más estrechas (Dios, ¿y si el chofer hubiera decidido ir por la pista de arriba?).
Entretanto el niño iba en su bicicleta, pasó por donde su hermano y le dijo, voy a ver a mi amiguito, (Dios, ¿y si su hermano lo hubiera detenido un rato?) en una hora regreso porque mamá desea que vayamos juntos a almorzar. Va a la casa de su amiguito y toca el timbre varias veces. Nadie contesta y el niño asume que no hay nadie. (Dios, ¿y si hubiera estado su amiguito y se hubiera demorado unos minutos más?) Y el hijo de la doctora emprende su último recorrido. Decide ir hacia la calle angosta para terminar con su paseo (Dios, ¿y si se hubiera decidido regresar en ese momento adonde se encontraba su hermano? ) y ve pasando un camión grandazo por la calle.
Minutos después alguien acude nervioso a la casa de la doctora solicitando su presencia, como médica del pueblo, porque había ocurrido un accidente y le solicita que vaya rápido a la calle del mercado para ver si podía hacer algo por un niñito. La doctora acudió tan rápido como pudo y en el camino pensó en su hijito pero se tranquilizó a sí misma diciéndose, Dios, no creo que le haya sucedido algo malo. Al llegar vió los rostros de los vecinos y sus miradas de conmiseración para con su querida doctora. Se le agitó el corazón, se abrió paso a codazos y poco a poco reconoció los restos de su hijito. Lo vió despedazado con su cuerpito aprisionado entre las llantas traseras derechas del camión.
Dicen que el niño venía a velocidad en su bicicleta y creía que el camión terminaba y él quería entrar a la pista, pero, de repente se vió con la carreta de remolque y se asustó, frenó, patinó y terminó metido debajo de la carreta del remolque con todo y bicicleta. Incluso allí, engullido debajo de la carreta del camión, pudo haberse salvado pero entró en pánico ( ¿que le podríamos reprochar a un nene de 8 años?) y buscando una salida parece que se arrastró, para salir del intestino en que se había metido, pero sólo hasta debajo de las llantas.
Yo volví a Puerto Supe el lunes para recoger los certificados visados donde la doctora. La ví de riguroso luto, con lentes oscuros y proyectaba la imagen absoluta de la desolación. Pregunté a alguien y me informó del accidente. Por supuesto, me acerqué y le manifesté mis más sentidas condolencias. Decidí regresar otro día. Caminé anonadado por el malecón de Puerto Supe y un poblador me contó esta historia, pero con la única condición de que nunca más volviera a ocurrir.
Tantas circunstancias confluyeron a la vez, prácticamente cronometradas, para completar esta desgracia.
¿Quién es el director del cine de nuestras vidas que plasma los finales infelices?
¿Quién es el productor del mismo cine que es el responsable de que las cosas sucedan a la perfección?
¿Y si no hubiera pasado el camión por la curva de Puerto Supe?
¿Y si no le hubieran regalado una bicicleta al niño?
¿Y si su hermano no hubiera salido a jugar futbito ese día?
¿Y si el hijo del administrador no hubiera sido su amigo?
¿Y si ese día hubiera sido jueves?
¿Y si la doctora no hubiera vivido nunca en Supe?
¿Y si el camión hubiera ido más rápido?
¿Y si algunos policías no fueran corruptos?
¿Y si el niño no hubiera pedido permiso?
¿Y si las calles hubieran sido más anchas?
¿Y si el niño hubiera tenido más años?
¿Y si yo no hubiera conocido a la doctora?
¿Y si se hubieran detenido los relojes?
¿Y si yo no hubiera escrito esta puta historia?
Dios, ¿a quién le echamos la culpa?
Por Dios, alguien puede decirme... ¿Qué mierda puedo hacer todavía, para que ese niño no se muera?

martes, 10 de noviembre de 2009

RECUERDOS DE MIS PROFESORES

Con especial afecto recuerdo a:
1.- Don Napoleón Jáuregui.
2.- Don Arturo Serra Casanova.
3.- Don Lino Valdivia Bendezú.
4.- Don Mario Ramírez.
5.- Don Rosendo Dioses.
6.- Hno. Gino.
7.- Hno. Jesús García Merino.
8.- Hno. Gustavo Espinoza.
9.- Hno. Félix.
10.- Hno. Castañeda.
11.- Hno. Tomás García Rabanal.
12.- Don Paquito García.

jueves, 12 de febrero de 2009

CUENTO CORTO: SIN UN ADIOS - A.GUERRON.

Abuelita, ayer fui a tu casa a saludarte. Me recibiste como solo tú sabes hacerlo. Siempre me has dicho que soy la reina y ya estoy convencida. Me permitiste desordenar todas tus cosas, tus tejidos, tus manteles pintados, tus álbumes de fotos, los recuerdos de tus hijas. Luego me preparaste el jugo de ciruela que tanto me gusta y me llamaste al sillón de la sala para sentarnos a conversar.
Me dejaste que me acueste en tu regazo y acariciaste mi cabeza con tus manos que resbalaban sobre mis cabellos. Y yo fui muy feliz.
Conversamos de muchas cosas, me contaste de un pretendiente que tuviste, del colegio donde estudiaste y del cariño que se tienen entre varias amigas de tu promoción. Yo te conté de mis estudios, de mis amigos y de mis clases de marinera, y me pediste que bailara para ti. Por supuesto que lo hice y cuando me veías yo pensaba que esa era la taquilla que quería para mi espectáculo, ni más ni menos. Acabé de bailar y después acabó la música. Yo te expliqué que eso no debía suceder y que era porque todavía soy aprendiz. Tú me dijiste, mi reina, no te preocupes, todos somos aficionados, la vida no da para más. Eso lo dijo Charles Chaplin. Cuando acabé mis evoluciones, tú me aplaudiste con sonoridad, con entusiasmo, con mucha alegría y me hiciste sentir como una gran bailarina.
A las 9 de la noche, mamá pasó a recogerme. Me diste un beso y un abrazo muy largo ¿no querías que me vaya?
En los días siguientes, cuando pregunté por ti, mamá me dijo que esa misma noche, la joven que vive contigo contó que te llevaste las manos a la cabeza, gritaste (de dolor ¿no mamita?) y luego te llevaron al hospital.
Abuelita ahora que han pasado varios meses, yo pienso que decidiste el camino más triste para despedirte. Te fuiste sin más.
Han pasado varios días y no he sabido mucho de ti. Te extraño mucho. Me están llevando a una sicóloga que me dice que las personas que queremos pueden enfermarse incluso muy gravemente y morir, pero que debemos aceptar las cosas porque la vida es así. Y entre tanto tú no vienes, abuelita.
Yo le pregunto a mamá que porque no regresas a casa. La veo llorando y me dice que estás enfermita y que ya vas a venir. Yo le insisto que cuándo será, que día. Y mamá se molesta y me cambia de tema. Abuelita mañana voy a cumplir 11 años y no estás.
Abuelita me han dicho que ya estás en casa y ése es el mejor regalo que Dios me tenía reservado. Pues, me he puesto bonita con un vestido que me regalaste, he cortado unas flores del jazmín de mi casa y las he sembrado en mis sienes; todo para celebrar que puedo verte otra vez.
Abuelita, por eso te digo que elegiste el camino más cruel para irte. Allí estás en tu silla de ruedas, me ves, sonríes, te has olvidado de hablar y también te has olvidado de nosotros. No reconoces a nadie. Sonríes sin motivo.
Sí abuelita, ya te fuiste para siempre y ni siquiera te despediste de mí.
Pero tu presencia que ya no es, es nuestro único consuelo. Solamente que nosotros podemos quererte, y tú no. Solamente que nosotros nos alegramos de tenerte y tú no. Solo que a nosotros nomás nos duele tu partida y a ti no.